Fernando Valladares / Joaquín Hortal / Jordi Moya / Adrián Escudero
14/03/2013 - 07:00h
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- Un doctor es aquel que ha elaborado una tesis doctoral y obtiene la más alta titulación universitaria posible. Solo unos pocos médicos son doctores, mientras que la inmensa mayoría de los doctores no guardan ninguna relación con la medicina.
- El escaso conocimiento social del significado de ser doctor en nuestro país va en paralelo con una clase dirigente con estudios universitarios poco específicos o inadecuados y contrasta con la situación en otros países como Alemania.
- El mundo está produciendo más doctores que nunca pero la tendencia se debe a países como China donde la calidad del doctorado es baja. Es tiempo de analizar el significado real del doctorado y de abrir un diálogo social sobre la importancia por el “amor al conocimiento” que los doctores encarnan.
En España como
en muchos países, la gente piensa que un doctor es el que cura a un enfermo.
Pero eso no es así. Un doctor es aquel que ha elaborado una tesis para
doctorarse y obtener de esta forma la más alta titulación universitaria posible.
La tesis puede versar sobre enfermedades humanas, sobre el bosón de Higgs o
sobre la biodiversidad de los arrecifes coralinos. Solo unos pocos médicos,
quienes sí que curan enfermos, son doctores, mientras que la
inmensa mayoría de los doctores del mundo no están instruidos para curar a nadie
ni guardan ninguna relación con la medicina. En países como Alemania, y
buena parte de Centroeuropa, el título de doctor es comprendido y muy valorado
socialmente. La mayoría de los políticos que acceden a puestos de
responsabilidad son doctores, y no es raro que tengan más de un doctorado. Mucho
de esto no llega a saberse en países como el nuestro, donde los políticos no
tienen la formación universitaria más adecuada para su cargo (a veces no tienen
formación universitaria alguna) y ni si quiera suelen dominar el inglés, la
moderna lingua franca sin la cual no solo no es posible
comunicarse bien con colegas de otros países sino que es poco eficiente la
adquisición y actualización del conocimiento a partir de las fuentes originales.
Sin embargo sí salen a relucir las tesis doctorales en los medios de
comunicación cuando se detecta un fraude que obliga a dimitir a un político,
algo que de momento solo ocurre “en otros países” no solo porque nuestros
políticos no tienen doctorados sino porque no acostumbran a dimitir pase lo que
pase. La importancia que confieren al doctorado en algunos
países se aprecia también en estos casos de fraude, como en el de la
influyente política alemana Annette Schavan que ha sido recientemente forzada a
renunciar a su cargo por haber
plagiado su tesis doctoral.
Ilustración de Marcos Méndez |
El título de Doctor
viene de la palabra latina del mismo nombre y significado, que deriva del verbo
“docere” es decir, enseñar. Se ha empleado durante más de mil años como título
académico desde el origen de las universidades en Europa. En los países de habla
inglesa se emplea el término Ph.D.,
PhD o D.Phil (abreviaciones de Doctor of Philosophy) y el nivel académico
varía en función del país, institución y momento histórico. El término
“filosofía” no se refiere únicamente al campo de la filosofía sino que recoge
el sentido griego de “amor por la sabiduría.” El doctorado en filosofía como se
entiende hoy en el mundo anglosajón deriva del doctorado en artes liberales de
la universidad Humbolt de Berlín (las siete artes liberales incluidas en el
Trivium y el Cuadrivium han cambiado bastante desde la Edad Media) y aunque en
ciertos países europeos el doctorado en filosofía se refiere sólo al doctorado
en estas artes liberales, la influencia de los países de habla inglesa como
EE.UU. han extendido el uso general del término PhD a los doctorados en
cualquier materia.
Hay una
diferencia fundamental entre doctorados profesionales,
doctorados en investigación y doctorados superiores. Mientras que los
primeros no desarrollan tesis sino un periodo más o menos largo de habilitación
profesional, los segundos han de defender una tesis basada en investigación
original, y los terceros muchas veces requieren de una segunda tesis para
ejercer como profesores universitarios, como en el caso de Alemania. Distinguir
entre diferentes tipos de doctores es fácil en inglés, ya que el título otorgado
a los investigadores es PhD, mientras que por ejemplo los médicos se llaman MD
( medicine doctor). Pero mucho más confuso resulta en Italia
o Portugal, donde los licenciados son todos directamente tratados como doctores.
En las ciencias experimentales, un doctor es un científico capacitado para realizar investigación de manera independiente y para supervisar a otros estudiantes de doctorado. En países como España, Portugal, Dinamarca o Estados Unidos, donde las tesis doctorales duran cuatro años o incluso más (en Estados Unidos los normal son seis años), se espera que un recién doctorado pueda diseñar su propia investigación. Por el contrario, en países como Inglaterra o Francia, donde las tesis duran alrededor de tres años, se entiende que es necesario que el joven investigador pase un periodo postdoctoral en el que trabaja (de manera independiente, eso sí) en la investigación ideada por un científico senior. Estas sutiles diferencias profesionales se difuminan rápidamente según los doctores acumulan experiencia, por lo que tras unos años, un doctor en investigación o PhD es un profesional de la ciencia, altamente cualificado (y con experiencia demostrable) para enfrentarse a problemas, hacerse preguntas, ser crítico con su propia investigación y la de otros, y hacer avanzar el conocimiento. Es decir, es alguien que basa su crecimiento profesional en replantearse una y otra vez todo lo que sabe, desafía el conocimiento establecido como método de trabajo, y está habituado a aprender de los errores. Poco que ver con un político normal en nuestro país, perteneciente a esa mayoría que no sólo carece de doctorado sino también de las muchas virtudes que se desarrollan con un doctorado.
Lo que realmente significa ser doctor depende, como hemos visto, del país y del sector profesional. Mientras en un país centroeuropeo ser doctor es tener estudios superiores y una elevada formación, en otros como algunos países árabes tan solo representa que has tenido dinero para pagar los gastos, y en otros, como posiblemente en el nuestro, que te ha entrado el gusanillo por profundizar en algún tema muy especializado. Mientras en muchas ciencias experimentales es frecuente enfocar la carrera profesional hacia un doctorado, casi nadie espera que un ingeniero sea doctor. Ya bastante tiene con ser ingeniero, pensaran muchos. Y la calidad, novedad y profundidad científica de una tesis no son iguales entre países, y aún dentro de un país, entre distintas áreas del conocimiento.
En las ciencias experimentales, un doctor es un científico capacitado para realizar investigación de manera independiente y para supervisar a otros estudiantes de doctorado. En países como España, Portugal, Dinamarca o Estados Unidos, donde las tesis doctorales duran cuatro años o incluso más (en Estados Unidos los normal son seis años), se espera que un recién doctorado pueda diseñar su propia investigación. Por el contrario, en países como Inglaterra o Francia, donde las tesis duran alrededor de tres años, se entiende que es necesario que el joven investigador pase un periodo postdoctoral en el que trabaja (de manera independiente, eso sí) en la investigación ideada por un científico senior. Estas sutiles diferencias profesionales se difuminan rápidamente según los doctores acumulan experiencia, por lo que tras unos años, un doctor en investigación o PhD es un profesional de la ciencia, altamente cualificado (y con experiencia demostrable) para enfrentarse a problemas, hacerse preguntas, ser crítico con su propia investigación y la de otros, y hacer avanzar el conocimiento. Es decir, es alguien que basa su crecimiento profesional en replantearse una y otra vez todo lo que sabe, desafía el conocimiento establecido como método de trabajo, y está habituado a aprender de los errores. Poco que ver con un político normal en nuestro país, perteneciente a esa mayoría que no sólo carece de doctorado sino también de las muchas virtudes que se desarrollan con un doctorado.
Lo que realmente significa ser doctor depende, como hemos visto, del país y del sector profesional. Mientras en un país centroeuropeo ser doctor es tener estudios superiores y una elevada formación, en otros como algunos países árabes tan solo representa que has tenido dinero para pagar los gastos, y en otros, como posiblemente en el nuestro, que te ha entrado el gusanillo por profundizar en algún tema muy especializado. Mientras en muchas ciencias experimentales es frecuente enfocar la carrera profesional hacia un doctorado, casi nadie espera que un ingeniero sea doctor. Ya bastante tiene con ser ingeniero, pensaran muchos. Y la calidad, novedad y profundidad científica de una tesis no son iguales entre países, y aún dentro de un país, entre distintas áreas del conocimiento.
El mundo está produciendo más doctores que nunca y quizá sea
tiempo de pensar dos veces si eso es lo que realmente necesitamos. Eso señala un
interesante artículo que
la revista Nature publicó en 2011. Las tendencias en cada país son muy
contrastadas. A nadie sorprende que China sea el principal productor mundial de
doctores (con crecimientos anuales de más del 40% generando unas 50.000 tesis
al año en 2009, muy por encima de EE.UU. y los países europeos) y tal como
ocurre con India sus perspectivas son las de seguir incrementando su producción.
El precio que estas políticas están pagando es la paupérrima calidad de esos
doctorados. En Japón se ha observado un declinar reciente por la incapacidad del
mercado laboral de absorber a los doctores. En Alemania, la principal factoría
europea de doctores, la producción es constante y estable, sin perspectivas de
crecer; se interpreta como resultado de los salarios modestos y del largo
proceso hasta que un doctor encuentra un trabajo en el mundo académico. En
EE.UU. se producen muchos doctores a pesar de que el número de plazas estables
en la Academia decae por lo que hay un desequilibrio creciente entre oferta y
demanda. En España, y bajo el actual escenario de crisis, las
perspectivas son muy oscuras para los jóvenes doctores, a pesar de la
excelente tendencia en calidad y cantidad de doctores en las últimas décadas.
Ante la pregunta de para qué
sirve un doctorado, los autores concluyen que solo en ciertos países
asiáticos o árabes éste abre nuevas posibilidades laborables fuera de
universidades y centros de investigación, y revela que aunque en general no da
lugar a mejores salarios (con frecuencia es al contrario) si tiende a
proporcionar mayor satisfacción, valorándose muy positivamente el desafío
intelectual que el trabajo brinda a los doctores.
La erudición y
la búsqueda de la verdad y el conocimiento puede ser una aventura personal y
solitaria, como con frecuencia lo es, pero también es un posible objetivo
social. Parece ser que los tiempos actuales empujan más a mirar por la seguridad
económica en una especie de “coge el dinero y corre” que a buscar ideales y
mejorar el conjunto de la sociedad. Pero es indiscutible que nadie puede valorar
lo que no conoce. Si la sociedad no conoce el significado de un doctorado,
difícilmente lo valorará. Parece que el sistema académico en nuestro país ha
fallado comunicando el sentido de una tesis. Los científicos no hemos sabido
aclarar a la sociedad cosas básicas de nuestra formación como es la tesis
doctoral. El doctorado es una pieza esencial, necesaria pero no suficiente, para
el desarrollo de un tejido cultural y científico que conecte y enriquezca los
distintos actores y objetivos sociales. Si la sociedad no vislumbra las
implicaciones de un doctorado, tendrá difícil estimar qué importancia le concede
a la investigación y le faltará criterio para situar el nivel de la inversión
pública en la exploración del conocimiento. Es decir, sin
comprender la esencia y las implicaciones de la investigación, representadas por
una tesis doctoral como primer paso, la estrategia de I+D+i de su país podrá
tomar el rumbo errático de un pollo sin cabeza. Así pues, los
científicos de esta España del siglo XXI tenemos una tarea adicional al quehacer
investigador, la de mostrar para qué sirve un doctorado. Y a esta tarea le
sumamos el desafío, o casi más bien la provocación personal, de lograr que los
ciudadanos se sientan más orgullosos de los doctorados a los que contribuye con
sus impuestos que de los futbolistas o artistas que apoya comprando entradas
para los eventos correspondientes.