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Esculpir el propio cerebro

Abundantes ensayos se ocupan del cerebro, ese ‘órgano de pensar’ que nos sigue fascinando

1 JUL 2014
 
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Hace ya tiempo que la dualidad mente-cerebro dejó de ser tal. Hay una estructura compleja, lo más complejo que conocemos, en la que reside el pensamiento, lo que nos hace humanos, y no hay una dualidad inexplicada sino una ficción largamente alimentada. Los cien mil millones de neuronas que se calcula que hay en nuestro cerebro, más o menos el mismo número de estrellas que se considera que hay en nuestro barrio cósmico, en la Vía Láctea, son aún un continente por descubrir completamente, como el universo. Son las dos grandes regiones de conocimiento que aún nos retan, las grandes lagunas de ignorancia que aún tenemos que rellenar. Pero los abundantes ensayos que sobre el cerebro aparecen en las librerías ya dejan claras algunas cuestiones, entre ellas que el cerebro es una máquina muy compleja, ni más ni menos, y que seguimos fascinados por él, sobre todo porque seguimos fascinados por nosotros mismos.
Dibujo del corte horizontal del centro cerebroide dela sepia realizado por Ramón y Cajal hacia 1917
El neurólogo holandés Dick Swaab, director del Instituto Holandés de Neurociencias, lo tiene claro: "La mente es el resultado del funcionamiento de nuestros cien mil millones de neuronas, y el alma, un malentendido. El uso universal del concepto de alma parece estar basado solamente en el temor que el ser humano tiene a la muerte, el deseo de volver a ver a los seres queridos y la errónea y arrogante idea de que somos tan importantes que algo de nosotros debe quedar a nuestra muerte". En su Somos nuestro cerebro, un ensayo que ha tenido un notable éxito internacional, explora la esencia humana viajando a los entresijos del órgano de pensar, ese poco más de kilo y medio de sesos que hacen posible que apreciemos la magia de un cuento de Cortázar o que derramemos alguna lágrima escuchando un cuarteto de Mozart. Un kilo y medio cuya manera de actuar nos hace distintos de cualquier otro ser vivo sobre el planeta. No en vano es, que sepamos, el objeto más complejo del sistema solar.
Lo sabemos, entre otras razones, porque hemos aprendido más sobre las funciones del cerebro en los últimos 15 años, gracias a las técnicas de imagen de resonancia magnética y a sus sucesoras, que en toda la historia precedente. Hasta entonces el cerebro se estudiaba directamente y comparándolo con el de otros animales, diseccionando cerebros humanos dañados en autopsias y mediante electrodos. La física hoy, sin embargo, permite ver los pensamientos, tal y como relata el físico teórico y divulgador Michio Kaku. "Sabemos más de la mente gracias a la física y a la biología que a la filosofía o la psicología".
Kaku hace, pues, un viaje que comienza con un accidente, el que sufrió en 1848 Phineas Gage, trabajador de los ferrocarriles en EE UU al que una barra de hierro atravesó el cerebro; no sufrió daños demasiado graves y, de hecho, pudo seguir trabajando, pero le cambió bastante el carácter. De la anécdota a la categoría, El futuro de nuestra mente revisa de manera exhaustiva lo que sabemos del cerebro, las técnicas que nos han permitido llegar hasta aquí, y trata de atisbar, mirando desde la física, hasta dónde puede llegar gracias a la combinación de conocimientos y destrezas, de la ingeniería a la neurociencia, para hacer aún más potente esta máquina de pensar. De momento, dice Kaku, ya hemos conseguido que la telequinesis, el mover objetos con la mente, empiece a ser una realidad, no como anunciaban los profetas de las falsas ciencias, con el poder de la mente de uno, sino gracias al poder de la mente de muchos, gracias a la tecnología. Y estamos solo al principio, dice este físico.
No hay que tener miedo a las ideas y a las novedades, los productos del cerebro (en puridad, encéfalo; el cerebro es solo una parte del todo que supone el conjunto de sesos, aunque siempre se toma la parte por el todo). Eso dice al menos una de las personas que a lo largo del siglo XX más se han destacado en la comprensión de su funcionamiento, la investigadora italiana Rita Levi-Montalcini, nacida en 1909, en plena época gloriosa de Cajal, y muerta en 2012. Poco antes de morir terminó de repasar los pequeños ensayos que componen este libro póstumo, Atrévete a saber, en el que repasa los temas que durante tanto tiempo le han sido tan queridos, como "las razas no existen, existe el racismo", y que fue publicando en la revista Newton. Es, en todo caso, una delicia encontrarlos aquí reunidos y comprobar la vitalidad y la frescura de la mente de Levi-Montalcini, premio Nobel en 1986, que terminó de revisarlos a los 95 años.
Era una prueba de que no es una fatídica e inexcusable realidad el que el cerebro, pasada una edad, se deteriore hágase lo que se haga. Es verdad que es común encontrar problemas cognitivos en muchas personas de edad avanzada, pero muchas otras mantienen la lucidez sin lagunas. A estudiar esto dedica Elkhonon Goldberg su ensayo La paradoja de la sabiduría. Lejos de los libros de autoayuda —que no haya equívocos entre nosotros—, Goldberg, catedrático de la Universidad de Nueva York y director del Laboratorio de Neuropsicología y Funcionamiento Cognitivo, refuta, como tantos otros desde hace pocas décadas, una de las pocas afirmaciones de Cajal que el tiempo ha superado: "Las vías nerviosas son algo fijo, acabado, inmutable. Todo puede morir, nada renacer". Hoy sabemos que las neuronas conservan la plasticidad y la capacidad de cambiar su uso dependiendo de diversos factores. Otra cita de Cajal avala también esta visión: "Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro".
Así, dice Goldberg, "las estaciones de la mente no implican un declive en todos los aspectos, al envejecer se consiguen algunas importantes ganancias mentales". Pese a que el cerebro, al igual que el resto del cuerpo, envejece y pierde facultades, gana lo que se denomina "pericia cognitiva, que tiene la extraña habilidad de resistir los efectos indeseados del envejecimiento" y que se relaciona con la competencia y la sabiduría. Al envejecer, "parece que no todo sean malas noticias". El escritor húngaro Sándor Márai lo expresa de otra manera en sus Diarios 1984-1989: "No es bueno dejarse envejecer por la vejez".
De fisiología al día a día y a la manera de Stephen Jay Gould, o más propiamente, dado el tema, de Oliver Sacks o de Vilayanur Ramachandran, El escritor que no sabía leer y otras historias de neurociencia nos lleva a través de breves ensayos a descubrir el cerebro por el camino de hechos concretos, pequeñas historias en las que se muestran comportamientos, sucesos o personajes singulares, de cada uno de los cuales se extrae una lección sobre nosotros mismos. José Ramón Alonso, catedrático de biología celular y director del Laboratorio de Plasticidad Neuronal y Neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León, es un divulgador entusiasta y eficaz que une el sentido del humor con el rigor, la sencillez con la hondura y la precisión con la elegancia. En este libro sabremos de la importancia de la siesta para el cerebro, la memoria temprana, la frenología, Gulliver y otras muchas cuestiones que no nos dejarán indiferentes. Este libro fue, además, premio Prisma Casa de las Ciencias del Ayuntamiento de A Coruña al mejor texto inédito en el año 2013.
El mismo autor, José Ramón Alonso, que fue rector de la Universidad de Salamanca, acaba de publicar Neurozapping, un repaso a las series de televisión desde el punto de vista de la neurociencia. Desde el conocido síndrome de Asperger que sufre el protagonista de The Big Bang theory, Sheldon Cooper, hasta House y la mentira, Porky y la tartamudez, Pokémon y la epilepsia, y las chicas de oro y la buena vejez, entre otros, el repaso es extraordinariamente sugestivo por lo próximos que nos resultan los personajes y lo poco que les hemos mirado desde el punto de vista neurológico.
Este libro nació tras una entrada en su blog UniDiversidad precisamente sobre Sheldon Cooper. Para muchos lectores que de una forma o de otra tenían relación con personas aquejadas del síndrome de Asperger, fue la primera vez que leían explicaciones claras y, sobre todo, en un entorno positivo. Tras el éxito de esa entrada, difundida por todo el mundo de habla hispana, Alonso decidió ampliar el tiro y ocuparse de más problemas neurológicos encarnados por personajes de series televisivas. La divulgación, como es sabido, encuentra su materia prima en cualquier lugar, porque en cualquier lugar al que miremos hay ciencia, incluida la mecánica del propio acto de mirar. Así, con materiales próximos, el trabajo de Alonso, que parte de más cerca, llega más lejos. Y nos ayuda a conocer mejor la maravillosa máquina de pensar, ese órgano que con el 2% del peso del cuerpo consume el 20% de la energía. Aunque luego no se puedan pesar los pensamientos, ni la conciencia.

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Ramón y Cajal, por fin para todos

Antonio Calvo Roy
Santiago Ramón y Cajal es el científico español más notable de todos los tiempos. Pocos en el mundo de la ciencia consiguen darle la vuelta a la manera en que todos sus colegas ven su campo de investigación, y Cajal lo hizo. Hasta que él demostró lo contrario, y no le fue nada fácil hacerlo, se pensaba que todos los tejidos de todos los órganos estaban formados por células independientes menos uno, el cerebro, que estaba configurado por una red. Y frente a los reticularistas, Cajal sostuvo, casi en solitario, el neuronismo que resultó ser cierto.
Además, es relevante por la escuela que fue capaz de crear y porque sus investigaciones han sido corroboradas siempre que una técnica más precisa permitía ver con más detalle las neuronas. Y sigue siendo un científico vivo y citado gracias a la precisión de sus hallazgos y a la agudeza de sus descripciones. Cajal, hombre prolífico, nos legó, además de sus trabajos científicos, otro tipo de literatura, en forma de memorias, en su célebre discurso de ingreso en la Academia de Medicina que dio origen a Reglas y consejos para la investigación científica, en forma de reflexiones más o menos acertadas y también en relatos fantásticos, sus célebres Cuentos de vacaciones. Y ahí siguen todos ellos, más o menos reeditados, pero, para nuestra vergüenza nacional, sin que haya habido todavía ni una sola edición crítica de ninguno de ellos. De algunos, sobre todo de Reglas y consejos, ha habido decenas de ediciones en español y otros muchos idiomas, y lo más parecido a una edición crítica es la publicada en 2005 por Leoncio López-Ocón; en realidad, un estudio sobre este trabajo de Cajal con varias miradas diferentes.
Sin embargo, no es una falta que pueda ponerse en el debe de los historiadores de la ciencia. El celo de los descendientes que se han hecho cargo de la gestión de los derechos de autor ha sido tal que ha hecho imposible llevar a cabo ediciones críticas. Pero este año, 2014, se acaba con esa imposibilidad. Que no sepamos aún con detalle por qué dice lo que dice en sus memorias, qué calla y por qué, qué necesita más explicación, a qué se refieren pasajes oscuros, cómo y por qué pudo hacer algunas de las cosas que hizo y que le convirtieron en el único premio Nobel español (Ochoa cuenta como estadounidense) es una extraña situación que podría acabar en breve.
Los derechos de autor de quienes murieron antes de 1987 duran 80 años. Eso significa que Cajal, que murió en 1934, hará justo 80 años en noviembre de este año, por lo que sus obras pasan a ser de dominio público. Ya no habrá que pedir permiso a los herederos para publicar su obra, condición indispensable de una edición crítica de sus memorias o de cualquier otra de sus publicaciones. "El 1 de enero del año siguiente al que se cumplan 80 de la muerte los derechos pasan a dominio público", dice José Rodríguez Tapia, catedrático de derecho civil en la Universidad de Málaga y experto en propiedad intelectual. "A quienes murieron antes de diciembre de 1987 se les aplica la ley de 1879". Por lo tanto, desde enero de 2015 "sus obras pasan a dominio público y cualquiera pude reproducirlas, aunque siempre deberá respetar la paternidad y la integridad, es decir, no se pueden trocear a gusto de quien sea ni, desde luego, atribuir sus obras a otro".
Para Leoncio López-Ocón, investigador del CSIC, historiador de la ciencia y autor de diversos trabajos sobre Cajal, "es el momento de que todos los que nos hemos interesado por Cajal nos animemos y que venga otra fase: tenemos que conseguir que la obra de Cajal llegue al máximo número de lectores, y ahora, si las obras son de dominio público, será más fácil. Faltan ediciones críticas de los textos y falta, sobre todo, un gran sitio web, como lo hay de los grandes científicos Darwin o Pasteur, en el que se reúna toda su obra, incluidas cartas, el gran archivo, en el que no ha sido fácil investigar hasta ahora, para que sea accesible para todos. El que pase a ser de dominio público posibilitará ese salto, que no haya restricciones al acceso a su obra".