Pere Estupinya
EL PAÍS.com
Patricia es flautista profesional. Vive en Berlín, y estaba de vacaciones navideñas en Barcelona cuando tras la presentación de “El ladrón de cerebros” vino a decirme que quería hablarme sobre neurociencia y música.
Patricia está convencida de que su cerebro, y el de cualquier persona que durante años haya pasado tantísimas horas al día interrelacionando sentidos, emociones, y movimientos precisos al tocar un instrumento, debía por fuerza ser diferente. Los efectos del aprendizaje musical merecían ser investigados.
Como veremos en el artículo “Do musicians have different brains?” publicado en la revista Clinical Medicine, no estaba en absoluto equivocada. Pero incluso se quedaba corta. Según los neurocientíficos de Harvard autores de “Music Making as a Tool for Promoting Brain Plasticity across the Life Span”, los efectos de la música en hasta doce áreas diferentes del cerebro son tan notorios, que: 1- se está convirtiendo en una de las mejores herramientas para investigar científicamente la plasticidad neuronal, y 2- se empiezan a diseñar terapias musicales específicas para rehabilitación tras lesiones cerebrales, o estimular regiones del cerebro que presentan poca actividad. Patricia cree que la sensibilidad extrema desarrollada por los músicos ante la música, puede ser incluso perjudicial.
En el caso de la violinista Christen Lien, fui yo quien me acerqué a felicitarla después de su actuación en TEDxoilspill, donde evocó con su violín las emociones experimentadas en la costa de Louisiana frente al catastrófico vertido de crudo en abril de 2010.
Cuando hablamos días después, me dijo que durante un tiempo sólo pudo componer en tonalidades menores (asociadas inconscientemente a sentimientos de tristeza), y que poco a poco se fue forzando a tocar con tonos mayores para recobrar un estado de ánimo positivo. Para Christen la música es pura emoción, y está convencida que dicha manera de modular sonidos para expresar sentimientos debía estar impregnada en nuestro cerebro incluso antes del origen evolutivo del lenguaje articulado. Lo segundo es controvertido, pero como explica este review en la revista Cell “Towards a neural basis of music-evoked emotions”, las técnicas de neuroimagen están revelando que la música es capaz de modular todos los mecanismos cerebrales relacionados con las emociones complejas, más allá de la sensación placentera básica de disfrutar con ella. Pero vayamos por partes, que el tema es desbordante.
Talentos no tan innatos
El estudio neurocientífico de la música está reafirmando uno de los grandes cambios de paradigma de las últimas décadas. El cerebro es muchísimo más plástico y maleable por experiencias y aprendizaje de lo que se pensaba. El aprendizaje musical modifica el cerebro. Tanto, que el carácter innato de la genialidad pierde consistencia. Sin duda podemos nacer con mucha mayor predisposición, pero todo indica que el virtuosismo musical es consecuencia de una temprana exposición a la música, y los neurocientíficos hablan incluso de coincidencia con etapas clave en el desarrollo del cerebro.
En su libro Musicophilia Oliver Sacks explica el caso de Derek Paravicini, un chico ciego de nacimiento, con autismo y ligero retraso mental, que tiene sin embargo oído absoluto y una destreza para tocar el piano absolutamente extraordinaria. Se especula que sus incapacidades favorecieron que a una temprana edad, áreas de su cerebro se especializaran en la música.
Estudios demuestran que los niños aprenden música más rápido que los adolescentes, y que el entrenamiento musical puede mejorar sus capacidades lingüísticas. Pero la plasticidad neuronal no sólo se debe aprovechar en la infancia; el cerebro adulto continúa siendo maleable. Los músicos son la mejor evidencia.
Estudios post mortem de músicos en el siglo XIX ya distinguieron estructuras diferentes en zonas cerebrales relacionadas con la función motora, pero en estudios recientes de neuroimagen se ha identificado -por ejemplo- que el área anatómica donde se procesa el movimiento de los dedos es diferente entre guitarristas (que requieren más precisión en la mano izquierda), y pianistas (en la mano derecha). Corpus callosum, Heschl’s gyrus, cortex frontal, cortex temporal, cortex superior parietal… son algunas de las regiones especializadas en el cerebro de los músicos debido a su constante entrenamiento. Y además están más interconectadas entre ellas.
El la revisión de Cell, Stefan Koelsch describe también mayor actividad –tanto en músicos como no músicos- en el área central del procesamiento de emociones: el sistema límbico y la amígdala. Pero también en sistemas más complejos como el hipocampo o áreas del cortex relacionadas con emociones más sofisticadas. Cuando bajo un escaner de imágenes de resonancia funcional se logra una experiencia musical intensa, todo el cerebro parece empaparse de música. Son esta gran activación, la plasticidad cerebral, y el vínculo estrecho con las emociones, justo lo que refuerza la idea del uso terapéutico de la música.
Terapias musicales
La idea básica es sencilla: la música puede activar áreas específicas del cerebro que funcionan de manera anómala, y aprovechar la plasticidad neuronal para regenerarlas. Son ideas que a menudo conducen a la exageración o aplicaciones prematuras. Por ejemplo, hay fuertes indicios de que la música puede ser beneficiosa contra la depresión por la activación de amígdala, hipocampo o nucleus accumbens; pero las evidencias empíricas todavía no han llegado de manera sólida. Sí en cambio con pacientes que han sufrido una lesión cerebral. En su recuperación, tocar un instrumento es más eficiente que realizar otros movimientos; posiblemente por la mayor conectividad cortical y la potenciación que generan las emociones. Los neurocientíficos están investigando qué tipo de tarea musical puede ser más eficiente ante diferentes trastornos.Oliver Sacks explica en Musicophilia su famoso caso real de la película “Despertares”. En ella pacientes catatónicos a causa de una encefalitis despiertan gracias al fármaco L-dopa, pero el joven Sacks observó anonadado progresos similares con la música. Es especulación; pero podría estar activando alguna parte del cerebro de manera análoga a la droga.
Misterioso también el caso de Matt Giordano; un joven aquejado de Tourette cuyos continuos tics y movimientos descontrolados desaparecen mientras toca la batería. Desde su insonorizada casa, explica que no podría vivir sin esta terapia.
O pacientes con amusia como Ann Barker. Si ves un tests de daltonismo, te puede resultar sorprendente que alguien no distinga entre el verde y anaranjado para apreciar el número oculto. Lo mismo ocurre cuando en el documental Ann se expone a dos notas claramente diferentes, y las considera idénticas. Ella es una de las personas que no puede distinguir la música del ruido.
El origen evolutivo de la música
¿Es la música un afortunado subproducto de la complejidad del cerebro, o tuvo un papel adaptativo en nuestro pasado como especie? Como en muchas otras discusiones entre psicólogos evolucionistas, hay más opiniones que ciencia. La frase más repetida sobre el origen evolutivo de la música la escribió el psicólogo Steven Pinker en su aclamado “How the mind works”, cuando definió la música como un “auditory cheesecake”. Se refería a que de la misma manera que nuestra afición por el pastel de queso no tiene por sí sólo un valor adaptativo, sino que es una consecuencia posterior de nuestro deseo por ingerir azúcar y grasa; la música también es un derivado moderno del lenguaje y –como el pastel de queso- es totalmente prescindible a los ojos de la selección natural. Para algunos neurocientíficos, el hecho que involucre a tantas áreas diferentes del cerebro también la hace más cultural que innata.
Dicha idea ha sido fuertemente combatida, y el propio Pinker reconoce que pudo no ser muy acertado en su comentario. Se sugiere que la música es adaptativa porque tuvo un gran valor en el cortejo, porque con ella la madre transmite emociones a sus hijos, y porque pudo ser utilizada para cohesionar grupos. Además, toda cultura conocida tiene música, los niños empiezan a cantar y bailar sin necesidad de entrenamiento, y se han encontrado restos de instrumentos musicales de decenas de miles de años de antigüedad. Para muchos psicólogos evolucionistas, sin duda debió existir una especie de protomúsica que sirviera para expresar estados de ánimo incluso antes de la aparición del lenguaje articulado. En este sentido, la música formaría parte de nuestra naturaleza más íntima. Seríamos verdaderos seres musicales. No sólo Christen o Patricia; sino todos los que estamos leyendo. Deberemos seguir hablando de ello...